Por: Rodrigo Daza Cárdenas.
A mi manera, como estimo lo han hecho muchos colombianos y no colombianos que amamos la música vallenata, le hice mi homenaje a Gilberto Alejandro Durán Díaz, el famoso Negro Alejo o Alejo “apa” Durán, en fin, como lo quieran referenciar. Este 9 de febrero cumpliría 100 años de haber nacido Alejo, y desde ese 1919 hasta el 2019 por eso y otros acontecimientos es un siglo lleno de historia.
Me dedique a escuchar su repertorio musical, analizar su voz, a sentir y oír su nota y a conocer más de esas historias cantadas que son la mayoría de sus famosas canciones, inspiradas por muchas circunstancias de su vida andariega y que siempre tuvieron como epicentro, principalmente, una mujer, y además los poemas inmortales de su cuño y de otros juglares insignes a quien les grabó muchas canciones como Rafael Escalona, Leandro Díaz, Juancho Polo Valencia y Julio Erazo, entre muchos.
Concluí que era un músico completo. Como sus antecesores más connotados como Chico Bolaños, Natalio Ariza y Luis Pitre, Alejo Durán, además de su innata sapiencia musical recibió el don de la voz grave o barítono que le permitía con cimera claridad melodiar, como dicen los portugueses: tocar y cantar muy melodiosamente, porque encantaba, a quienes tuvimos la fortuna de conocerlo bien de cerquita, con lo que cantaba y tocaba.
Esto de conocerlo bien de cerquita me hizo retrotraer a un personaje villanuevero que con justicia afirmo que es poco lo que le hemos reconocido por lo mucho que este patricio hizo por la difusión y promoción de la música vallenata en Villanueva. Me refiero con toda potestad a Enrique Orozco Dangond, conocido familiarmente, y, regional y nacionalmente como “Enriquito” Orozco. Fue quizás unos de los galleros más puro, en todo el esplendor y la extensión de la palabra.
Me da este suceso del nacimiento de Alejo para recordar esos 2 de febrero en Villanueva cuando la Gallera Central era el escenario artístico y musical puesto que era adornado su bar con la presencia, las notas y la amistad pura y sincera de Enriquito con Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Toño Salas, el “Viejo Mile” y otros no menos importante en esas calendas, de lo que era la interpretación y el canto de la música vallenata. Eran sus invitados y ellos le correspondían infaltablemente.
Muchas veces eran parrandas de 4 y 5 días. Y ahí, fuimos muchos niños y jóvenes a deleitarnos y asombrarnos con la versatilidad y ruralidad de esos juglares. Esto fue sembrando en Villanueva la semilla de la interpretación del acordeón y del canto vallenato que regada por los juglares villanueveros caló profundamente en los grandes artistas de la vieja época y la época moderna que han visibilizado el nombre de Villanueva como Cuna de Acordeones. Por eso es que digo que uno de los más connotados precursores del establecimiento y conocimiento de la esencia de la música vallenata en Villanueva fue este gran gallero, amigo de sus amigos y parrandero: Enriquito Orozco. Me parece verlo con sus largas piernas cruzadas, con un puro o tabaco en la boca, absorto frente a Alejo Durán apreciando su talento, su estilo y su carisma.
Pero retorno a lo esencial de mi columna, la grandeza de Alejo Durán en la música vernácula y tradicional de la Región Caribe, y es por eso que después de muchas horas de extasiarme con su nota, con sus composiciones, con sus canciones, las anécdotas y la voz de Alejo, en el homenaje que le hice, concluyo y digo: fue un acordeonero versátil, de nota reposada, de sentimiento nostálgico, no triste, aun cuando la lírica de sus canciones fuera de todo tipo de emociones y sentimientos.
En el fondo eran interpretaciones con un dejo propio de la zona del El Paso.
La forma de pisar la nota es un sello característico de Alejo; no había firmeza, pero si seguridad. Muchas veces en sus interpretaciones se escuchaba una nota disonante porque sobreponía notas y “pisaba” desigual la nota lo que producía en ocasiones una percepción auditiva de “pito roto o baja revolución del disco”. ¡Esa era su técnica y su estilo y esa técnica y ese estilo gustaron y mucho!
Por la forma misma de colocarse el acordeón al pecho, por lo largo de sus extremidades superiores y con la correa muy larga siempre, parecía que tocaba sin pulso o fuerza, y el registro de la nota fuese de manera superficial. Pero el talento, y la armonía de voz, nota, donaire y gracia, hicieron de Alejandro Durán Díaz un portentoso músico y un histórico juglar.
Capítulo aparte merece la personalidad y el don de gente que siempre exhibió. Eso hoy es lo que llamamos calidad humana y Alejo fue otro juglar de esa particular cualidad. Se ganó el respeto por ser un músico calidoso y por ser un hombre muy respetuoso, serio y justo.
Gilberto Alejandro Durán Díaz tiene un merecido lugar en la historia de la música tradicional vallenata pero en nuestra memoria y en nuestros corazones, ocupa todo el espacio objetivo y subjetivo que pueda existir.
A mi manera, como estimo lo han hecho muchos colombianos y no colombianos que amamos la música vallenata, le hice mi homenaje a Gilberto Alejandro Durán Díaz, el famoso Negro Alejo o Alejo “apa” Durán, en fin, como lo quieran referenciar. Este 9 de febrero cumpliría 100 años de haber nacido Alejo, y desde ese 1919 hasta el 2019 por eso y otros acontecimientos es un siglo lleno de historia.
Me dedique a escuchar su repertorio musical, analizar su voz, a sentir y oír su nota y a conocer más de esas historias cantadas que son la mayoría de sus famosas canciones, inspiradas por muchas circunstancias de su vida andariega y que siempre tuvieron como epicentro, principalmente, una mujer, y además los poemas inmortales de su cuño y de otros juglares insignes a quien les grabó muchas canciones como Rafael Escalona, Leandro Díaz, Juancho Polo Valencia y Julio Erazo, entre muchos.
Concluí que era un músico completo. Como sus antecesores más connotados como Chico Bolaños, Natalio Ariza y Luis Pitre, Alejo Durán, además de su innata sapiencia musical recibió el don de la voz grave o barítono que le permitía con cimera claridad melodiar, como dicen los portugueses: tocar y cantar muy melodiosamente, porque encantaba, a quienes tuvimos la fortuna de conocerlo bien de cerquita, con lo que cantaba y tocaba.
Esto de conocerlo bien de cerquita me hizo retrotraer a un personaje villanuevero que con justicia afirmo que es poco lo que le hemos reconocido por lo mucho que este patricio hizo por la difusión y promoción de la música vallenata en Villanueva. Me refiero con toda potestad a Enrique Orozco Dangond, conocido familiarmente, y, regional y nacionalmente como “Enriquito” Orozco. Fue quizás unos de los galleros más puro, en todo el esplendor y la extensión de la palabra.
Me da este suceso del nacimiento de Alejo para recordar esos 2 de febrero en Villanueva cuando la Gallera Central era el escenario artístico y musical puesto que era adornado su bar con la presencia, las notas y la amistad pura y sincera de Enriquito con Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Toño Salas, el “Viejo Mile” y otros no menos importante en esas calendas, de lo que era la interpretación y el canto de la música vallenata. Eran sus invitados y ellos le correspondían infaltablemente.
Muchas veces eran parrandas de 4 y 5 días. Y ahí, fuimos muchos niños y jóvenes a deleitarnos y asombrarnos con la versatilidad y ruralidad de esos juglares. Esto fue sembrando en Villanueva la semilla de la interpretación del acordeón y del canto vallenato que regada por los juglares villanueveros caló profundamente en los grandes artistas de la vieja época y la época moderna que han visibilizado el nombre de Villanueva como Cuna de Acordeones. Por eso es que digo que uno de los más connotados precursores del establecimiento y conocimiento de la esencia de la música vallenata en Villanueva fue este gran gallero, amigo de sus amigos y parrandero: Enriquito Orozco. Me parece verlo con sus largas piernas cruzadas, con un puro o tabaco en la boca, absorto frente a Alejo Durán apreciando su talento, su estilo y su carisma.
Pero retorno a lo esencial de mi columna, la grandeza de Alejo Durán en la música vernácula y tradicional de la Región Caribe, y es por eso que después de muchas horas de extasiarme con su nota, con sus composiciones, con sus canciones, las anécdotas y la voz de Alejo, en el homenaje que le hice, concluyo y digo: fue un acordeonero versátil, de nota reposada, de sentimiento nostálgico, no triste, aun cuando la lírica de sus canciones fuera de todo tipo de emociones y sentimientos.
En el fondo eran interpretaciones con un dejo propio de la zona del El Paso.
La forma de pisar la nota es un sello característico de Alejo; no había firmeza, pero si seguridad. Muchas veces en sus interpretaciones se escuchaba una nota disonante porque sobreponía notas y “pisaba” desigual la nota lo que producía en ocasiones una percepción auditiva de “pito roto o baja revolución del disco”. ¡Esa era su técnica y su estilo y esa técnica y ese estilo gustaron y mucho!
Por la forma misma de colocarse el acordeón al pecho, por lo largo de sus extremidades superiores y con la correa muy larga siempre, parecía que tocaba sin pulso o fuerza, y el registro de la nota fuese de manera superficial. Pero el talento, y la armonía de voz, nota, donaire y gracia, hicieron de Alejandro Durán Díaz un portentoso músico y un histórico juglar.
Capítulo aparte merece la personalidad y el don de gente que siempre exhibió. Eso hoy es lo que llamamos calidad humana y Alejo fue otro juglar de esa particular cualidad. Se ganó el respeto por ser un músico calidoso y por ser un hombre muy respetuoso, serio y justo.
Gilberto Alejandro Durán Díaz tiene un merecido lugar en la historia de la música tradicional vallenata pero en nuestra memoria y en nuestros corazones, ocupa todo el espacio objetivo y subjetivo que pueda existir.
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