La Guajira es el segundo departamento con más irregularidades en el manejo de los recursos de las regalías. Contratos por montos cercanos a los $5 mil millones son investigados.
Por: Diana Carolina Cantillo E. | Elespectador.com
Niños descalzos, cargados de jarras y poncheras, corren y gritan detrás de un carrotanque que reparte agua por todo Riohacha, La Guajira. En Nazareth I, el barrio en el que viven, no hay agua este día, como habitualmente sucede en el lugar, donde cada familia goza del servicio sólo dos veces por semana. Allí, la gente no entiende por qué si Riohacha ha recibido más de $500.000 millones por cuenta de las regalías en los últimos diez años, no se ha construido un acueducto que por lo menos les permita tener el servicio todos los días.
Ni si quiera los barrios de estratos altos tienen acceso al servicio la semana completa. Como los demás, tienen agua sólo ocho días al mes, y eso, si tienen suerte que el viejo acueducto esté en funcionamiento, porque si se daña, pueden pasar hasta 20 días esperando.
Al problema de la escasez se suma el de la calidad, tal cual lo cuenta Pedro Herrera, taxista de la zona desde hace 30 años. “Aquí cuando llega el agua a uno le da miedo meterse debajo de la llave, ¿qué tal que salgan piedras, oye? La culpa es de los políticos, por eso yo sí estoy de acuerdo con eso que quiere hacer el Gobierno de repartir la plata en todos los pueblos”. A lo que se refiere el poblador es a un proyecto de ley que está entrando en su etapa final en la Cámara de Representantes y que pretende reformar el Sistema General de Regalías para repartir los recursos totales también en departamentos no productores de hidrocarburos.
Según un informe de auditoría realizado por la Contraloría del municipio, “la mayor parte del tiempo, a los habitantes de Riohacha se les suministra agua no potable, poniéndose en riesgo su salud”. A esto, Jaider Curiel , alcalde de la capital, responde que “desde hace cinco años están los recursos por US$90 millones —que fueron prestados por el Banco Mundial y que serán reembolsados con dineros de las regalías del departamento— para la construcción de un acueducto, pero no se nos ha permitido utilizarlos”.
El sol está en su pleno esplendor. Son las diez de la mañana. No hay viento ni fresco. En la atmósfera del lugar el aire se siente denso y huele a cloaca, tal vez porque el día anterior, todo el santo día, llovió y las alcantarillas están rebosadas. Este lugar parece inhabitado, las casas están a medio construir y otras están corroídas por la humedad y los años. No hay nadie en la calle, sólo moscas y perros paquidérmicos que deambulan a lado y lado de la calle sin pavimentar. En el fondo se escucha el llanto de un acordeón, una tonada lenta y triste. Una voz ronca y desafinada empieza a tartamudear la canción del conocido maestro Escalona, ‘El almirante Padilla’:
Allá en La Guajira arriba, donde nace el contrabando, el almirante Padilla barrió Puerto López y lo dejó arruinao…
Poco a poco va saliendo la gente de sus casas. Las mujeres que ya están despiertas, tocan las puertas de sus vecinas, es hora de que pase el carrotanque, y si no se levantan se quedan sin agua. Minutos después se oye una bocina escandalosa y estridente. Llegó el líquido esperado. El líquido preciado. En medio de calles sin pavimentar, barrial, basura por todos lados, montículos de tierras y desperdicios de ladrillos y cemento, niños con el torso desnudo, la panza templada y el pelo ensortijado, corren con ollas y botellones detrás del camión del agua. Unos van con el propósito de que esta vez el conductor se dé por vencido y les regale un poco más de los acostumbrado, y otros, asustados porque se está alejando y se arriesgan a incumplir con el encargo que les hicieron en la casa.
La llegada del camión se ha convertido para los pequeños en un momento de diversión. Pero para los mayores es un tanto ambivalente. Por cada 20 litros de agua deben pagar $1.000.
—Imagínate, yo con tanto pelao, con eso tan poquito no alcanzamos ni a bañarnos—, dice una mujer, quien esperaba impaciente al camión.
—Pero eso sí, sagradamente, todos los meses llega el recibo del agua —, reclama su esposo.
En Riohacha no hay carbón, sal ni gas; tampoco alcantarillado, acueducto e incluso, en ciertos sectores, ni luz eléctrica. Pero lo que sí abunda es el dinero —lo que no se sabe es en dónde—. A la capital de La Guajira, durante toda su historia, le han llamado de diferentes y rimbombantes maneras: el Portal de Perlas —alusión a su origen perlero—, la Capital de los Mágicos Arreboles —por sus bellos ocasos— y la Mestiza del Nordeste —debido a los indígenas, afrodecendientes, mulatos y mestizos que la habitan—. Pero jamás, y por no faltar a la verdad, la han podido llamar ‘la tierra del agua o del desarrollo’.
“Aquí, que recibimos un platal de regalías indirectas, vivimos en la pobreza absoluta. Mopri (‘primo’ en vocablo de guajiro), ¿verdad que aquí no hay ladrones?”, pregunta con ironía Gustavo Ortiz, veedor de la comuna cinco. “Sí, acá a la gente no tienen qué robarle —se ríe—. La gente ya conoce la verdad de lo que pasa con las regalías, ahora los políticos se quejan dizque porque el Gobierno nos va a quitar esa plata, pero si es que nunca la hemos tenido. Por eso estamos de acuerdo con el Gobierno de que se reparta, así no se la quedan unos pocos”, asevera .
Pobre Pipe, pobre Pipe, pobre Pipe Socarrás, ahora se encuentra muy triste, lo ha perdido todo por contrabandeá, continúa canturreando el hombre del acordeón.
Lo que sí está claro es que en Riohacha no se cumplen las coberturas mínimas en las que se deben invertir estos recursos: en acueducto, que debería ser de 91%, sólo llega a 67%; en alcantarillado, de 85% sólo alcanza 58%; 38,52 niños riohacheros mueren por cada mil nacidos, mientras que la meta es reducir la tasa de mortalidad infantil a 16,5 por mil; en educación se llega a 75%, pero tendría que ser de 100%; y en salud la cobertura es de 77%, cuando debería cubrir a toda la población.
La Guajira es el segundo departamento con más irregularidades en el manejo de los recursos de la regalías, después de Córdoba, según investigaciones de la Dirección de Regalías del Departamento Nacional de Planeación (DNP). Entre la larga lista de presuntas irregularidades llaman la atención las siguientes por el impacto social y el monto invertido.
En 2008, el municipio suscribió dos contratos con la EPS Solsalud y con Comfamiliar de La Guajira por montos de $1.000 millones y $3.000 millones, respectivamente, para que se prestaran los servicios de salud y seguridad social del régimen subsidiado. Sin embargo, la Auditoría Visible del DNP advierte que “el municipio no ha hecho el seguimiento adecuado a la ejecución del contrato”, ya que la entidad no cuenta con la información del número de desafiliados, fallecidos y de quienes no hacen parte del régimen porque pasaron al contributivo, lo que impide que más habitantes tengan acceso al servicio.
Otro de los casos es un contrato entre el municipio, el departamento y Aguas de La Guajira S.A. E.S.P. , firmado en 2006, cuyo objeto es construir la infraestructura del sistema de acueducto y alcantarillado de la carrera 15 y Che Guevara de Riohacha, el cual se adjudicó sin una licitación pública y fue liquidado (pagado en su totalidad) antes de que las obras fueran entregadas. Además, Aguas de La Guajira no contrató una interventoría externa o independiente, sino que fue realizada por esa misma institución y se cobraron $200 millones por tal concepto, apunta Auditoría Visible.
Como estos ejemplos hay muchos. Jorge Eduardo Pérez Bernier, gobernador de La Guajira, acepta que “lamentablemente se han presentado hechos de corrupción, más como consecuencia de la mala planificación de los proyectos que del robo de los recursos . Cuando se ha suspendido el giro de las regalías a algún municipio, ha sido por la deficiencia o la morosidad en la presentación de la información a los organismos nacionales de control. Ahora, nadie se ha preguntado qué pasará con La Guajira si no le llegan regalías, con toda la deuda social que tiene la nación con el departamento”.
¿Y ahora pa’ dónde irá, y ahora pa’ dónde irá? A ganarse la vida el Pipe Socorrás, ¿Y ahora pa’ dónde irá, y ahora pa’ dónde irá? A ganarse la vida sin contrabandeá. Tararea el dueño del viejo acordeón.
Mientras que termina el trámite de la reforma a las regalías en el Congreso, los riohacheros no se quedan de brazos cruzados esperando a que les llegue el desarrollo, el agua y la riqueza prometida por tanto personaje. En Riohacha no se ve a una sola persona pidiendo monedas en los semáforos; lo que sí se ve es, a pocos metros de una estación de servicio, un expendio informal de combustible.
Aquí todo el mundo tiene algo para vender y ofrecer, porque finalmente es tierra de mercaderes. Es Riohacha. Lo único que no se le puede brindar a la visita es agua, porque “te alborota el estómago”, advierte doña Mary, habitante de Nazareth I. O, simplemente, porque nunca hay.
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