Por: Hernán Baquero Bracho.
La tradición de los partidos impone evidentes limitaciones porque su historia aun se escribe solamente como una confesión de fe y el principio de adhesión que les precede impone la más absoluta banalidad en sus calificativos. Los ciudadanos caracterizados como personajes de cada una de las agrupaciones partidistas muchas veces se ven aureolados con cualidades morales que se gradúan como en una escala interminable por sus acciones, o por el contrario, se ven en muchos casos estigmatizados con grandes por los enormes defectos y errores, muy a pesar de que el efecto literario se ejerce en estos casos queriendo demostrar y ahorrar cualquier intento de veracidad.
En la jerga política del país existen muchas expresiones inalterables y deliberadamente oscuras cuya mención posee una virtud explicativa suficiente y un carácter mágico tan evidente que a nadie se le ocurriría preguntarse lo que realmente significan. La más efectiva de todas se cconoce con el nombre de espíritu de partido. Hay que adelantar el espíritu de partido parece ser la causa eficiente de una infinidad de calamidades. Una Constitución efímera o una ley injusta, todas las guerras y las polémicas encarnizadas, los insultos, los destierros, las confiscaciones, son producto de este malhadado espíritu.
Son muy raros los hechos que escapan a su omnipresencia. Si se intentara caracterizar una acepción definida del espíritu de partido, que aparece tan frecuentemente como explicación en los textos. Habría que asimilarlo a una especie de interpretación psicológica. Es el aspecto censurable que reviste en un individuo o en un de grupo limitado la fidelidad incondicional a su partido. Esta fidelidad genera un curioso estado de ánimo con el que se tiende a contrariar sistemáticamente la acción del adversario político, cuando este ocupa momentáneamente el poder, o al ejecutar actos desafiantes para la oposición en el caso contrario.
La imposibilidad de gobernar o el origen de una verdadera persecución contra los vencidos son finalmente las dos consecuencias más obvias que el historiador deduce de la aparición del espíritu de partido. Sus manejos perseguirían dos objetivos. Primero, la paralización o el aniquilamiento del adversario político, según el caso, y en segundo lugar, el obtener una línea neta de demarcación con respecto a la otra ideología.
La ausencia de un programa político y la necesidad constante de improvisar sobre el terreno, harían nacer este espíritu de diferenciación y de identificación arbitrarias. Negar simplemente al adversario bastaría para configurar un partido político o para dotarlo de una conciencia sobre su propia naturaleza, mal definida por los programas. Por eso el espíritu de partido, si lo aceptamos como una interpretación histórica de tipo psicológico, no basta para explicar sino los vacíos de los programas que un partido político puede proponer o aquellos puntos en que no se insinúa una solidaridad distinta a la adhesión partidista, es decir el complejo mecanismo de las solidaridades de clase.
En la jerga política del país existen muchas expresiones inalterables y deliberadamente oscuras cuya mención posee una virtud explicativa suficiente y un carácter mágico tan evidente que a nadie se le ocurriría preguntarse lo que realmente significan. La más efectiva de todas se cconoce con el nombre de espíritu de partido. Hay que adelantar el espíritu de partido parece ser la causa eficiente de una infinidad de calamidades. Una Constitución efímera o una ley injusta, todas las guerras y las polémicas encarnizadas, los insultos, los destierros, las confiscaciones, son producto de este malhadado espíritu.
Son muy raros los hechos que escapan a su omnipresencia. Si se intentara caracterizar una acepción definida del espíritu de partido, que aparece tan frecuentemente como explicación en los textos. Habría que asimilarlo a una especie de interpretación psicológica. Es el aspecto censurable que reviste en un individuo o en un de grupo limitado la fidelidad incondicional a su partido. Esta fidelidad genera un curioso estado de ánimo con el que se tiende a contrariar sistemáticamente la acción del adversario político, cuando este ocupa momentáneamente el poder, o al ejecutar actos desafiantes para la oposición en el caso contrario.
La imposibilidad de gobernar o el origen de una verdadera persecución contra los vencidos son finalmente las dos consecuencias más obvias que el historiador deduce de la aparición del espíritu de partido. Sus manejos perseguirían dos objetivos. Primero, la paralización o el aniquilamiento del adversario político, según el caso, y en segundo lugar, el obtener una línea neta de demarcación con respecto a la otra ideología.
La ausencia de un programa político y la necesidad constante de improvisar sobre el terreno, harían nacer este espíritu de diferenciación y de identificación arbitrarias. Negar simplemente al adversario bastaría para configurar un partido político o para dotarlo de una conciencia sobre su propia naturaleza, mal definida por los programas. Por eso el espíritu de partido, si lo aceptamos como una interpretación histórica de tipo psicológico, no basta para explicar sino los vacíos de los programas que un partido político puede proponer o aquellos puntos en que no se insinúa una solidaridad distinta a la adhesión partidista, es decir el complejo mecanismo de las solidaridades de clase.
Situacion esta que se tornara aun mas compleja, ya que la reforma politica aprobada por el congreso de la republica de colombia permite que se pueda cambiar de partido politico como cambiar de camiseta en un partido de futbol sin ser merecedor de ningun tipo de sancion.
ResponderBorrardesde mi punto de vista, es un herror mas de nuestro cuerpo legislativo.
Publicar un comentario
Gracias por su comentario