Homenaje al maestro: Leandro Díaz ilumina la vida con su poesía.

Leandro Díaz, el último juglar (1928 - 2013)
Por: Tarín Escalona para www.elpaisvallenato.com
Al compositor Leandro Díaz Duarte lo abrazó la vida por primera vez un 20 de febrero de 1928, en ‘La Casa de Alto Pino’, una finca de su familia ubicada en las estribaciones de la Sierra Nevada, que en esa entonces  pertenecía al  antiguo corregimiento de Hato Nuevo, hoy convertido en uno de los municipios de La Guajira.


‘La Casa de Alto Pino’, famosa por las canciones del compositor, fue para Leandro el refugio prefecto para aprender en medio de sus limitaciones. La ceguera con la que el niño nació no fue impedimento para que dando tumbos aprendiera a manejar su andar en medio de la montaña.

Con el olor a café y a caña, fue creciendo el pequeño Leandro, que era llevado al pueblo por sus padres en cada festejo de la Virgen del Carmen. La visita en época de vacaciones de sus primas a la finca, le despertó su verdadera vocación, ya que  las niñas llevadas por el amor al niño ciego, se dedicaban a cantarle hermosas melodías que Leandro aprendía de memoria y luego cantaba en la soledad de su infancia, para mitigar la oscuridad a la que lo había condenado el líquido amniótico que cayó sobre sus ojitos a la hora de nacer.

La fortaleza de los golpes
Esa difícil etapa de la niñez, la superó el niño Leandro con valentía; pese a su discapacidad aprendió a valerse por si mismo golpeándose de vez en vez con cuanta cosa tropezaba. Todo  eso le sirvió para darse cuenta que un tropezón, o muchos en su caso, no es lo que nos va a impedir seguir persiguiendo nuestros sueños.

Cuando se nace con genes musicales, no es difícil seguir el sendero que nos marca el camino de la poesía, la música y el canto. Leandro Díaz no fue la excepción de esa regla en la que se graduó con honores, porque su limitación visual  que fue su mayor piedra en el camino, la  saltó mil veces y siguió saltándola  cada vez que pretendía achicarle sus  ansias. Ansias que se acrecentaron y le dieron alas para salir de su refugio y enfrentarse al mundo por primera vez guiado por la soledad de sus pasos, un 4 de octubre de 1948. Ese día desafiando hasta sus mismos miedos, decidió irse a vivir a Hato Nuevo en el centro de La Guajira.

Desde entonces, hace 62 años, definió el  inició de su carrera musical, cuando se arriesgó a cantar a capela en la  primera parranda a la que se enfrentó en un caserío llamado ‘EL Pozo’. Pero antes debió pasar las más duras pruebas de su vida, enfrentado a un mundo totalmente desconocido para él.

A partir de ahí, su nombre  comenzó a darse a conocer por toda  La Guajira, y cantando en reuniones se dio la mano con los más connotados músicos de la época; entre ellos el gran ‘Chico Bolaño’, quien fue su amigo hasta que Chico murió y lo dejó sumido en una gran reflexión, sobre como se pasa la vida y como nos llega la muerte. Lo que dio origen a  la famosa canción titulada  “Mañana”.

Un peregrinar por la tierra de sus musas
A cada ser, quizás la vida, el destino o Dios, quien al final es quien decide nuestros pasos; le marca su trasegar por el sendero del mañana; le avisa que ya es hora de partir y le pone en el camino los elementos para marchar. A Leandro Dios lo mandó lejos, bien lejos de lo suyo. Y peregrinando llegó a Tocaimo, un lugar acogedor entre los municipios de Codazzi y San Diego, compuesto por casi doscientas personas, donde se sintió como en casa.

Allí el forastero dejo de serlo al poco tiempo de haber llegado, convirtiéndose en uno más de la familia. En ese lugar se realiza el primer censo en la historia de Colombia, ya que el compositor a través de una canción a la que puso por nombre  “La Trampa de los Tocaimeros”,  en un gesto para agradecer el gran cariño de sus amigos, nombra a todo los núcleos familiares del caserío.

Entre Tocaimo, San Diego y Codazzi, Leandro Díaz hace camino al andar. En ese trozo de geografía el poeta conoce a personas que ya comenzaban a formar parte de la historia musical del Vallenato y como dice la canción, los ratos más felices de su vida, los pasó en esa región.

También allí Leandro encontró motivos para escribir sus más bellas páginas musicales que en la voz de un mechudo, con una bermuda convertida en  harapo, una camisa a cuadro sin mangas, y una guitarra a travesada que a veces suele ignorar; el mundo se enteraría de algo que sucedió allá por Valledupar. Carlos Vives contaría esas historias de un Macondo grande y mágico; tan mágico, que cuando Matilde camina, hasta sonríe la Sabana.

Y eso fue lo menos de lo más, porque hasta nuestro Nobel Gabriel García Márquez, puso a gente de todo el continente a pensar cuales eran esos lugares, que iban en adelanto y que hasta ya tenían su Diosa Coronada; al incluir una estrofa de la canción “La Diosa Coronada”, en el inicio del libro “El amor en los tiempos del cólera”.

Además de “Matilde Lina” y “La Diosa Coronada”, en esos tiempos también nacieron canciones como “La Primavera”, “La Trampa”, entre otras.

Pero de las canciones más sublimes que tiene el maestro Leandro Díaz, está “Dios no me deja” y “La historia de un niño”; donde plasma su propia existencia y la tragedia en que pudo haberse convertido su vivir, si Dios no le cambia esa oscuridad eterna en que vive, por la luz de la poesía que brota de su alma en forma de canciones desde el manantial perenne de su inspiración.
Otra de esas melodías que hacen parte del compendio de lamentos es “A mi no me consuela nadie”, donde el maestro llega a la conclusión que en su vida aún no existía una musa que frenara los arrebatos locos de su corazón, mientras ya Escalona tenía a su ‘Maye’, Emiliano a su Carmen Díaz, Julio Suárez a ‘Chavelita’. Por eso pensando que no tenía en quien reclinar su corazón averiaó, decidió cantarle a Cecilia una que vivía en Urumita. Porque como decía en su canto henchido de envidia de la buena, ellos, sus amigos, estaban gozando y al pobre Leandro nadie le daba consuelo.

El amor también llegó
En medio de esas correrías musicales de Leandro Díaz, donde cantaba canciones por un centavo, hasta juntar el peso, con el que pagaba la pensión donde vivía; un grupo de amigos con el que compartía buenos momentos entre ellos el acordeonero de San Diego Cesar, Pedro Julio Castro, comenzaron a relacionarlo con las chicas del pueblo, una de las cuales, Elena Clementina Ramos, le frenó el vuelo.



Con ella tuvo ocho hijos, entre ellos el canta autor ‘Ivo’ Díaz, los ojos de Leandro, quien ama entrañablemente a su padre y el que cada amanecer le da gracias a Dios por ser simplemente “Ivo el hijo de Leandro”, el hombre que no sólo ve con los ojos del alma, sino con la nobleza de un corazón agradecido que aceptó los designios de Dios.

Cuando Leandro Díaz encontró posada para sus sentimientos, con Clementina, fallecida hace dos años; atrás quedaron esos amores furtivos, esas ilusiones vanas con algunas muchachas del común que el maestro les dio estatura de princesa.

Al lado de sus muchachitos y viviendo de la música, el poeta fue logrando la madurez necesaria para enfrentar su vejez, sin dejar de parir cantos.

Cuando ya los hijos crecieron y sus cantos viajaron más allá del sol, el poeta abrazó la fama, que por nada en la vida logro robarle esa sencillez que mata. Luego la inmortalidad lo visitó antes del atardecer, mucho antes de que el sol se ocultara por las ventanas de su alma.

Un sublime trueque
Hoy en el otoño de sus años, Leandro vive una apacible vida al lado de los suyos, de su hijo Ivo y su nuera Rubi López, a quien considera como “lo mejor que le ha pasado en la vida”. Y Leandro canta cada vez que le apetece, cada vez que su alma está llena de contento, que es casi siempre; como lo expresa Ivo Díaz, en el más bello homenaje que hijo alguno le haya hecho a su padre, con la canción ‘Dame tu alma’, ganadora del Festival Vallenato en el año 1993.

Desde su universo el viejo Leandro sabe que todo lo hizo bien llenando de gloria la historia de su pueblo, y por eso le enternece el alma cuando escucha en plena madrugada el eco de la voz de su heredero que se pega a la ventana de su ser con esa linda melodía que hizo en su honor, ofreciéndole el más sublime trueque más allá de lo posible: “Yo te entrego todo, si tu vida cambia, yo te doy mis ojos, tu me das tu alma”.
Artículo publicado el 26 de abril de 2011.

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