Por: El Espectador - Dejusticia - Patrimonio Natural
Un recorrido por los corregimientos de Porshina, Tawaira y Siapana
Para llevar agua a las rancherías más afectadas, la organización internacional Oxfam está desarrollando un proyecto que funciona a través de energías eólica y solar. Más de 30 mil personas se han beneficiado.
Por: Karen Tatiana Pardo Ibarra
Twitter: @TatianaPardo02
Los indígenas Wayuús y sus animales se están muriendo de hambre y sed en La Guajira, pues desde hace cuatro años no llueve con fuerza en el departamento más seco de Colombia. Según los pronósticos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), las altas temperaturas irán hasta agosto de este año, como consecuencia del fenómeno de El Niño. Municipios como Albania, Barrancas, Maicao, Hato Nuevo y Uribia están en alerta roja de presentar incendios.
Basta visitar algunas rancherías para encontrar un panorama desalentador repleto de necesidades: los niños presentan síntomas de desnutrición, no hay tierras aptas para el cultivo, los rebaños se han reducido y los arroyos están secos como consecuencia de un déficit de lluvias del 100%; no hay un sistema de salud integral, ni de educación, ni de saneamiento, mucho menos una infraestructura vial en buenas condiciones que facilite la comunicación entre las principales ciudades y sus pobladores.
A pesar de todo, la mayor preocupación sigue siendo la misma: el agua. Por eso, la organización internacional Oxfam viene desarrollando un programa desde septiembre del año pasado, gracias a la solicitud presentada por la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) con el fin de garantizar el suministro de agua a las comunidades.
El mecanismo, financiado por el Emergency Response Fund, funciona a partir de la reparación de microsistemas que trabajan con energías eólica y solar. Hasta el momento más de 32.000 personas beneficiadas han recibido capacitaciones y kits de aseo en diez rancherías.
Ahora las mujeres y los niños no tienen que caminar seis horas diarias bajo un sol abrasador y sofocante para llenar algunos baldes o múcuras en los jagüeyes más cercanos. Tampoco tienen que buscar el agua en lo que algún día fueron arroyos, pero hoy sólo son huecos de arena.
Mujeres como Ana Icuana y Ana Rosa, que solían caminar tres horas y media diarias para buscar agua, hoy sólo andan cinco minutos. Abren la llave del tanque, sale un potente chorro y llenan sus baldes en poco tiempo. “Aquí no se ve agua en la superficie porque no ha llovido en grandes cantidades desde hace cuatro años, pero debajo de la tierra debe haber mucha. Dígales a los políticos que hagan más pozos para que podamos tener mejor vida y que también nos traigan comida”, dice una madre cargando a su hija de dos años que, hasta el momento, nunca ha sentido las gotas caer del cielo.
Según José Ávila Iguarán, representante de Oxfam en La Guajira, la vida de los wayuus mejoró considerablemente. “Lo primero que hicimos fue hablar con las familias y la autoridad indígena tradicional para conocer sus necesidades, luego utilizamos los pozos que había para captar el agua dulce que se encuentra a una profundidad de diez metros y que después se distribuye a tanques de 4.000 litros y a bebederos para animales. Adicionalmente, cada familia tiene un filtro en su casa para purificar el agua antes de consumirla, y así reducir las enfermedades”.
A seis horas de Riohacha, capital de La Guajira, están los corregimientos Porshina, Tawaira y Siapana. Para llegar allí hay que atravesar un paisaje de cactus, árboles marchitos y niños que obligan a los transeúntes a pagar un peaje con panela, galletas, fríjoles, dulces u otro tipo de comida. Esporádicamente se cruzan animales por la carretera, esqueléticos, buscando refugio del sol y comiendo una que otra hoja verde que aún cuelga de las ramas secas.
Los indígenas no tienen otra opción que comer chivo, arroz, huevos y chicha de maíz casi todos los días del año. Como si fuera poco, el comercio con Venezuela se ha restringido debido al aumento de los controles aduaneros, los fenómenos climáticos de El Niño y La Niña arrasaron con cultivos y cabezas de ganado y la limitada presencia del Estado no garantiza siquiera los derechos más básicos a la población wayuú.
De acuerdo con un estudio realizado por Oxfam, el 96% de la población del municipio de Uribia tiene necesidades básicas insatisfechas (NBI), siendo la zona fronteriza con Venezuela la más afectada y la zona periurbana la más vulnerable. “El acceso de los hogares a los servicios básicos es muy bajo, sólo el 6, 1% tiene acceso a la energía ́eléctrica, el 3,5% al servicio de alcantarillado y el 5,3% a acueducto (…) el número aproximado de familias totales en estas zonas más vulnerables es de 15.538”, concluye el documento de la organización.
A inicios de este mes, el presidente Juan Manuel Santos desmintió que en los últimos años 5.000 menores hayan muerto por desnutrición, tal como lo habían advertido líderes locales. De acuerdo con el mandatario, “es imposible” ese número pues las cifras oficiales hablan de 294 niños muertos por desnutrición en los últimos ocho años, aunque podría ascender a 425 casos. “En 2013 fueron 26 muertes y en 2014 fueron 48”, indicó Santos. Lo cierto es que preocupa que no haya certeza de cuántos han fallecido, en qué condiciones ni por qué razón exactamente.
Ante la crisis, el presidente Juan Manuel Santos inauguró un programa de alimentos en Manaure y anunció la construcción de cien pozos para este año.
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