El misterio Colmenares: una entrevista de BOCAS

Luis Alonso Colmenares reveló cómo ha afrontado el caso más mediático del siglo XXI en Colombia. 
Tomado de: http://www.eltiempo.com


Intenta llenar los minutos. Uno tras otro. Revisa sus documentos de trabajo, completa el material de sus clases universitarias, le echa una mirada a los textos de sus conferencias, revisa otra vez sus documentos de trabajo. Desde que abre los ojos en la mañana hasta que los cierra en la madrugada, él trata de pensar en otra cosa. Pero nada funciona: en su mente solo está la muerte de su hijo, la ausencia de su hijo, su hijo.
Luis Alonso Colmenares tenía cincuenta años y una vida tranquila cuando se despidió de Luis Andrés en el aeropuerto Eldorado el 30 de octubre de 2010. En ese momento era el presidente del consejo técnico de la Contaduría Pública e iba rumbo a Santiago de Chile a participar en un encuentro de su gremio. Como siempre, la familia lo acompañaba durante la espera del vuelo. Su esposa, Oneida Escobar; sus hijos, Luis Andrés y Jorge. Poco antes de despedirse, los cuatro entraron a la capilla del aeropuerto y allí –Luis Alonso no deja de recordarlo– su hijo mayor caminó hacia el altar y oró en soledad. Le llamó la atención que lo hiciera así, solo, porque no era su costumbre. Luis Andrés tenía veinte años y era uno de los mejores estudiantes en la Universidad de los Andes, donde cursaba al mismo tiempo las carreras de Ingeniería Industrial y Economía. Luigi, le decían. O el Negro. Un muchacho alegre y entrador que todas las tardes, cuando salía de clase, llamaba a su mamá para decirle que ya iba camino a casa. Después de esos minutos de oración en la capilla de ElDorado, se despidió de su papá y se alejó llenándolo de peticiones: los tenis de tal color, la camiseta de tal equipo, los pantalones de tal marca. Regalos que Luis Alonso no alcanzó a traerle porque a los dos días debió devolverse en el peor vuelo de su vida: ya sabía que su hijo había muerto.
Foto: 
Pablo Salgado / Revista BOCAS
Desde entonces hasta hoy, Luis Alonso Colmenares –contador público con seis especializaciones y dos maestrías– ha estado dedicado a averiguar las causas de la muerte de Luis Andrés. Su vida cambió a partir de esa noche de octubre. La de toda su familia. Ellos eran cuatro y así iban de un lado para otro. Cómo diablos acostumbrarse a ser tres. La casa de los Colmenares quedó casi paralizada. No han vuelto a celebrar la Navidad ni los cumpleaños. El puesto que Luis Andrés tenía en el comedor, ahora lo ocupa Oneida: no soportó verlo desocupado. Ella sigue cocinando las cosas que le gustaban a su hijo. Y su habitación, seis años después de su muerte, sigue intacta. Tal como la dejó antes de salir a la fiesta de Halloween. Es una habitación sencilla, en una casa sencilla, en un barrio sencillo. No hay lujos en el hogar de los Colmenares. Su mamá ha querido mantener las cosas de su hijo, su cama, su ropa, sus medallas, sus reconocimientos por buen estudiante del Liceo de Cervantes, porque piensa que de esa manera él tiene un puerto aquí, en este lado del mundo. Ella no ha dejado de comunicarse con su hijo, según Luis Alonso. Y los tres lo sienten. Lo oyen. Lo huelen. En la casa perciben movimientos, puertas que se abren, que se cierran, en los rincones donde él solía estar. Y entonces dicen: ese es Luis. “Muchas veces uno le tiene que pedir: ya, Luis, déjanos dormir y mañana hablamos. Porque es así, es así”, dice su papá. 

El encuentro para esta entrevista fue en el apartamento que Luis Alonso alquiló a varios minutos de su casa. Lo hizo para tener un lugar como oficina y también por motivos de seguridad. Dice eso y calla: no quiere entrar en detalles. Las autoridades le han recomendado que no hable del tema. Durante más de dos horas de conversación, sonrió solo una vez: cuando recordó los días en que trataba de enamorar a Oneida, tiempos de estudiantes, recién llegados de Villanueva, La Guajira, a Bogotá. Pero es una sonrisa que desaparece rápido. Lo demás es dolor. Rabia, incluso. Mucho más después del fallo de la juez que, el pasado 20 de febrero, absolvió a Laura Moreno y a Jessy Quintero y afirmó que la muerte de Luis Andrés Colmenares se produjo por un accidente y no fue un homicidio. “El despacho concluye que el daño sufrido es consistente con una caída sobre la cara y no con golpes propinados por terceros”, leyó la juez en su fallo y así cambió la dirección del caso judicial más mediático en la historia reciente del país. Aunque de inmediato las voces furiosas en las redes sociales quisieron condenar a Laura y a Jessy –y también a Carlos Cárdenas, otro de los investigados, absuelto varios meses atrás–, la realidad es que la justicia habló donde tiene que hacerlo: en los tribunales. Y falló a su favor. 

Es una decisión que los Colmenares no aceptan. Luis Alonso, que no suelta el celular de sus manos (tiene una foto de su hijo como fondo de pantalla), habla de injusticia, de fallo acomodado a las intenciones de la defensa, de maltrato; habla con tristeza pero espera que, con el recurso ya interpuesto ante el Tribunal Superior de Bogotá, el caso vuelva hacia la posibilidad del homicidio. Hacia la verdad, según él. Y en esa espera se siente acompañado por la solidaridad de muchas personas, incluso de gente anónima, que le hacen llegar su voz de aliento. En su biblioteca guarda todos los mensajes que le envían. La postal que le dio una azafata en un aeropuerto, el pedazo de papel cuadriculado que le entregó una mujer en la calle y en el que le sugiere que se encomiende a Dios. Y así muchos más. Eso le da ánimos para seguir. Porque está convencido de que su batalla no ha terminado. 

Usted recibió la noticia de la muerte de su hijo estando en Santiago de Chile, ¿no es así?
Ese 30 de octubre yo viajé a Chile a dictar unas conferencias. Al día siguiente, ya en Santiago, en el hotel, me comuniqué con mi esposa, Oneida, y ella me dijo que Luis todavía no había llegado a la casa. Le dije que tal vez se había ido con algún compañero o algo así. Seguí comunicándome, dos, tres, cuatro veces, y nada que aparecía. Pero no me dijeron que en ese momento ya estaban recorriendo la ciudad, buscándolo. Por la noche, como a las nueve, un hermano de crianza –que vive en Villavicencio y se había venido a Bogotá a ayudar a Oneida en lo que estaba pasando– me llamó y me dijo que habían encontrado a Luis Andrés. ¿Y dónde andaba?, le pregunté. Me dijo, mira Luis Alonso, lo encontramos, pero está fallecido. Yo no me acuerdo qué me pasó, ni qué pensé. Entré en un estado raro, ni siquiera me sentía. Yo mismo no me sentía. Te voy a contar algo: cuando yo iba en el avión hacia Chile, me dormí. Pero hubo un instante en el que me desperté, miré por la ventanilla y no entendía si el avión estaba parado o iba volando. No sabía dónde estaba. Me acuerdo mucho de eso. Y cotejando los tiempos, estoy convencido de que ese fue el momento en el que Luis murió.

¿En esa llamada no le dieron detalles de nada?
Nada. Luis está fallecido y es necesario que te regreses. No más. El vuelo fue terrible. Yo pensaba un millón de cosas. Todas las que podrían haber pasado. Llegué, me recogieron y lo primero que me dijeron unos familiares fue: “Luis Alonso, esto no se puede quedar así. Esto hay que resolverlo. Necesitamos que nos digas por dónde tenemos que empezar”. ¿Empezar qué? ¿Cómo así? Primero déjenme llegar, les dije. Yo no voy a dar ninguna orden de nada. Antes hay que establecer qué fue lo que pasó.

"Siento que traicioné mi idiosincracia. ¿Y por qué la traicioné? Porque preferí acudir a las instituciones, a las vías legales. En Villanueva, al día siguiente, eso hubiera quedado resuelto"
¿A eso se refería usted cuando dijo que “si este crimen hubiera sucedido en La Guajira al otro día se habría resuelto”?
Pues claro. Y te lo tengo que reconocer: no me siento avergonzado de eso. Esa es la cultura. Pero yo no soy así. Aunque, créemelo, siento que traicioné mi idiosincrasia. ¿Y por qué la traicioné? Porque preferí acudir a las instituciones, a las vías legales. En Villanueva, al día siguiente, eso hubiera quedado resuelto. Sí.

¿Cómo?
A los modos que allá tienen.

¿Ojo por ojo? Y diente por diente. 

Es decir: ¿usted me quitó un hijo, yo le quito un hijo?
Sí, esa es la forma. Pero yo he estado frente a estudiantes desde 1984. Hablándoles a jóvenes de la Universidad del Norte, de la Universidad del Sinú, de la Universidad del Cauca, de la de Antioquia, de la Nacional, de la de Sucre. Yo dicto clases por todo el país. Les hablo de valores, del deber ser, del respeto por las instituciones. ¿Te puedes imaginar si yo hubiera procedido de acuerdo con mi idiosincrasia? ¿Qué dirían mis estudiantes de mí? Me preguntarían dónde dejé la coherencia.

¿Y usted cómo se siente con esa traición a su idiosincrasia?
Es una carga. No lo puedo negar. Una carga con la que voy andando. Pero, por encima de eso, decidí la vía institucional. Es que el problema no son las instituciones, sino sus operadores. Porque son seres humanos y cometen errores. Pero son errores que uno no puede aceptar. Como el del reciente fallo de la juez. Uno lo lee y se da cuenta de que el desarrollo de la juez pondera solo las pruebas de la defensa. ¿Y dónde están las de la Fiscalía? No tuvo en cuenta las que no eran convenientes. Por ejemplo la de los bomberos, o el detalle del desmayo de Laura Moreno. Cuando se supo que Luis estaba en el túnel, fallecido, ella se desmayó. Una bombero la pellizcó y ella enseguida reaccionó. Ayayay... Entonces, ¿no estaba desmayada? ¿Y por qué la pellizcaron? Porque alcanzaron a ver que estaba con un ojo medio abierto. Eso no lo citó la juez. Y puede ser un detalle intrascendente. Pero, ante la reacción, no lo es tanto. ¿Por qué Laura usó el teléfono de Luis?, ¿por qué se quedó con su teléfono? No se valoraron los indicios como pruebas. No se unieron todos los elementos.

¿No será que hace falta una pieza que una todo?
Puede ser. No lo había pensado. Puede que falte algo que actúe como elemento conector. Yo hago el esfuerzo, y quiero que me lo creas, por ser objetivo. Pero le queda a uno muy difícil tratándose de un hijo.

¿Ha pensado que pudo ser un accidente, como dice el fallo?
Por ejemplo. Pero entonces uno compara: ¿cómo así que va a pesar más el concepto de un antropólogo forense que dio una opinión con base en unas fotos y no se valoran las opiniones de un médico forense que estudió el cadáver?

Primero se habló de suicidio. ¿En algún momento consideró esa posibilidad?
Nunca. Un suicidio, no. El que conoció a Luis Andrés sabe que eso es imposible. Luis tenía tantos proyectos en su vida. Y ningún problema. ¡Ninguno! Un suicidio no nos cabía en la cabeza. Y te digo que en esto he seguido el camino de Oneida, su instinto. Cuando ella me dijo, convencida, que a Luis lo habían matado y que había que establecer las razones por las cuales había sucedido eso, y empezó a insistir, y comenzó con su obsesión en la Fiscalía, de 8 a 12 del día, y de 2 a 5 de la tarde, yo la seguí. El primer fiscal que tuvo el caso, ese sinvergüenza, quiso archivarlo, que porque ahí no había nada. Pero, las cosas de Dios, después hicieron un nuevo reparto y el proceso llegó a manos de Antonio Luis González y él sí escuchó a Oneida. Y se fueron juntando las situaciones: las cámaras borradas, las interceptaciones de las llamadas. Todo. Solo la juez cree que de esas interceptaciones no se deriva un delito, sino conversaciones sentimentales. Será en la única ocasión en que la teoría de los indicios, en el campo del derecho, no existe. Porque no es que tenga que aparecer la persona que le pegó con lo que le hubiera pegado. Se pueden juntar indicios.

Pero, según la juez, los golpes fueron producidos por una caída, no por un ataque…

El perito que lo afirma, Miguel Botella, fue contratado para que dijera eso. Y mira hasta dónde llega la solidaridad: alguien en Estados Unidos que tuvo comunicación con él, me envió copias de esos mensajes y en ellos él dice, entre otras cosas, que para poder llevar a cabo su trabajo necesariamente tendría que hacer otra exhumación. Y que esa otra exhumación debería ser colegiada, porque puede ser que un forense tenga una opinión y otro tenga otra. Y, además, afirma que él no es médico forense, sino antropólogo. ¿Y entonces? ¿Quién tiene el conocimiento aquí? El médico Máximo Duque hizo el informe con una exhumación, con el cadáver. El de Botella fue hecho con fotos. Aparte, van y buscan un cirujano maxilofacial para que se refiera a las fracturas del cráneo. ¡Un odontólogo hablando de cráneo! ¿Así cómo voy a quedarme callado ante la decisión de la juez? 
"En la casa todos sentimos a Luis. En muchas manifestaciones: olores, movimientos, sonidos. Puertas que se abren... Uno muchas veces hasta le dice: 'Ya, déjanos dormir hoy y mañana hablamos"
¿Y las observaciones que hacen sobre el trabajo de Duque? Entre otras cosas afirman que alteró evidencia.
Estoy convencido de que Duque cumplió con su deber. Y me parece riesgoso y hasta irresponsable que la juez haya resuelto compulsarle copias. ¿Ahora quién se atreve a meterse de perito en un proceso? ¡Puede terminar asumiendo responsabilidades por hacer su trabajo! Se pegan de que no se cumplieron protocolos, que usaron un cuchillo de la cocina... Ese cuchillo fue solo para abrir la tumba. 

¿No cree, entonces, si contaban con las pruebas necesarias, que la Fiscalía se equivocó? ¿No pudieron hacer algo mejor?
Claro. Por ejemplo, la investigación de por qué perdieron las ropas de Luis. Esa ropa nunca apareció. Y en Medicina Legal estaba el mismo director que hoy está, ese señor Valdés, tan histriónico, tan pegado de los medios de comunicación. ¿Por qué nunca ha dado una explicación de eso? ¿Cómo así que la necropsia dice “causa de la muerte: violenta, por establecer” y da detalles de las prendas de Luis, y no se inicia una cadena de custodia con sus cosas? Nadie dice nada. ¿Cómo así que si Luis llegó en el estado en que llegó –¿has visto la foto?– después aparece como si no le hubiera pasado nada? Cuando lo vimos, en el ataúd, Luis estaba como siempre. Hicieron un trabajo de tanatoestética –nombre que aprendí después– impresionante. Cuando vi el álbum fotográfico del levantamiento del cadáver, pude comparar. 

¿Y quién hizo ese trabajo en el cadáver?
La funeraria Gaviria. Sin que nosotros la contratáramos, por supuesto. ¿Quién responde? Alguien tuvo que haber pagado por eso. ¿Quién lo hizo? Eso forma parte de las deficiencias de la investigación.

¿Ustedes no fueron a reconocer el cuerpo en Medicina Legal?
Fue un familiar. Dijo: “es él”, pero solo para efectos de la entrega. Porque, además, al sacarlo del caño ya lo habían visto. Aunque Oneida no. Ella ha querido conservar la imagen de su hijo despidiéndose esa noche para ir a la fiesta.

A Luis Andrés le hicieron un velorio aquí, antes de enterrarlo en Villanueva…
Una misa. Los curas del Liceo de Cervantes, donde él estudió toda la vida, quisieron hacérsela. En esa capilla del Cervantes nosotros vimos el cadáver de Luis por primera vez. Le levantaron la tapa y lo vimos exactamente igual a como lo conocíamos. Después viajamos a Villanueva, para preparar el entierro, y unos familiares se quedaron acá. Ahí fue cuando llegó Laura Moreno a hacer su obra de teatro, gritando y llorando y le dijo a Luis, al cadáver, que la perdonara. “Perdóname, Luis, perdóname”. En medio de un escándalo que ni los familiares nuestros hicieron. Luego de ese teatro, salió hacia un patio, o algo así, y allá la oyeron carcajearse. Celebrando quién sabe qué. Son cosas que no logro entender. Yo creo que esa pelada debe tener un problema psíquico tremendo. Si la vieras en las audiencias, con esa altivez. Nosotros siempre nos preguntábamos qué será lo que ella piensa de la vida.

Usted dice que la investigación de la muerte de su hijo va a cambiar de rumbo antes de que se acabe este año. ¿Seguirán vinculadas las mismas personas?

Más. Porque Laura y Jessy no mataron a Luis, pero saben quién lo mató. Ellas saben quién participó de manera material en el crimen de mi hijo y quién lo mandó hacer. Y tal como la propia Laura dijo (en la interceptación se oyó): sabe más ella que Jessy. Yo he seguido, por mi cuenta, averiguando cosas. Y te lo aseguro: el caso va a dar un giro.
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Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Cree que Carlos Cárdenas es el responsable de la muerte de Luis?
Creo que él tiene relación con ese crimen. 

¿Y entonces por qué no apelaron la decisión judicial que lo absolvió?

Desde el primer día en que el abogado Jaime Lombana asumió nuestro caso, le dijimos que se sintiera libre de tomar cualquier decisión que considerara conveniente para el proceso. En cuanto a Carlos Cárdenas, ¿por qué no se fue a casación? Lombana lo resolvió así y no le he preguntado las razones. Abusaría de su generosidad al cuestionarlo. Él sabrá por qué no lo hizo. Ahora, mira la ironía: yo estoy de acuerdo con ese fallo. La explicación que dio el Tribunal Superior de Bogotá es que no hubo pruebas suficientes. Y no se puede condenar a alguien sin pruebas. Ahí lo que hubo fue una deficiencia de la Fiscalía en sus investigaciones. Pero hasta el peor criminal tiene derecho a una defensa. Lo importante es que el tribunal, en conclusión, dijo que la muerte de Luis fue consecuencia de un homicidio llevado a cabo por varias personas que le propinaron golpes en diferentes sentidos. 

Lo contrario a lo que dictaminó la juez en febrero, que dice que no encontró pruebas de homicidio. 

La Fiscalía, como te dije, aportó sus pruebas. El dictamen del médico forense, el informe de la Empresa de Acueducto, las interceptaciones telefónicas, los análisis de las ubicaciones, todo. En cambio, la defensa no aportó pruebas que demostraran que hubo un accidente. Solo buscó desprestigiar las de la Fiscalía. 

Pero todo esto empezó con tres testigos de la Fiscalía que resultaron ser falsos... 
Eso nos confundió al comienzo, sí. Y nos molestó. La doctora Martha Lucía Zamora –en ese momento fiscal del caso– sin consultárnoslo, aunque no tenía por qué hacerlo, desistió de los testigos y le informó al juez que se había ordenado la captura de los tres. Al principio pensé que alguien los había puesto para dañar todo y tener que volver al comienzo; para hacer que los tiempos transcurrieran y el proceso prescribiera. Como esa es la forma en que en Colombia nunca se resuelva nada. Pero efectivamente los testigos eran falsos. Con el tiempo he establecido bien las cosas: ellos mismos se pusieron ahí. Y ellos sí conocen al verdadero testigo, cada uno de manera independiente. Él les contó, por separado, lo que pasó esa noche. 

¿Y ese testigo por qué no aparece?

Por muchas circunstancias. Por miedo, por ejemplo. Pueden matarlo. Lo que querían los otros era sacar un provecho económico y les salió el tiro por la culata. No esperaban que el tema fuera a tener ese desarrollo. Se pusieron a dar detalles que luego se comprobó que no eran ciertos. Pero hoy en día tengo argumentos para decir que ellos recibieron la versión de los hechos por parte de ese verdadero testigo.

¿Ellos han hablado de ese testigo?
No. 

¿Usted cómo llegó a esa conclusión? 
Por mis investigaciones. En eso yo no desisto. Y hasta el último momento de vida seguiré averiguando y pidiendo justicia.

¿Ha tenido que invertir mucho dinero en estas investigaciones?

No, porque además no tengo. Lo que ha habido es apoyo, solidaridad. El doctor Emilio Yunis, por ejemplo, se ofreció a hacer los exámenes de ADN, el doctor Duque a hacer el examen del cuerpo. Jaime Lombana se ofreció a apoyarnos porque vio que íbamos camino a que nos arrasaran. Él está convencido del caso. Ya radicaron ante el Tribunal Superior la apelación al fallo de la juez. 

Todo esto tiene que haber significado un cambio para usted, para su familia...

Claro. Sobre todo porque lo sucedido con Luis pasó en el momento en que había más futuro, más expectativas. Nadie pensaba en el fin de la vida. Nuestra familia lo compartía todo. Desde que me casé con Oneida, la idea era vivir juntos lo que nos tocara. Repartiéndonos responsabilidades. Ella tiene dos carreras –es administradora de empresas y administradora hospitalaria–, pero en la casa el único que ha trabajado he sido yo. Ella ha estado concentrada en la crianza de sus hijos. Siempre, para todo, éramos los cuatro. Eso cambió.

¿Y ahora? ¿A lo largo de estos años han logrado algún momento de serenidad, de alegría?
Te lo digo sinceramente: no. Porque Luis ocupaba muchos espacios. Por ejemplo, diciembre es terrible para nosotros. En Navidad, en Villanueva, Luis organizaba la novena de aguinaldos y les llevaba regalos a los niños. Ellos esperaban su llegada. Te puedo mostrar fotos de todas las novenas. Eso no se volvió a hacer. Al festival vallenato, el Cuna de Acordeones, íbamos siempre los cuatro. Tampoco he vuelto desde que él murió. No he sido capaz. Luis me hace mucha falta. No lo he superado. Ninguno en la casa lo ha hecho. Además, por la cantidad de cargas emocionales que ha habido, de procesos, de cosas.
"Laura y Jessy no mataron a Luis, pero saben quién lo mató. Ellas saben quién participó de manera material en el crimen de mi hijo y quién lo mandó hacer"
¿Cómo lo han afrontado Oneida y Jorge, su hijo menor? 
Para Jorge ha sido tremendo. Su hermano era todo. Yo digo que a mí me mataron un hijo. Un hijo, uno. A Jorge le mataron como a cinco figuras. Confidente, modelo, amigo, guía, maestro. Y él siente la responsabilidad de ayudar a sobrellevar el dolor de su mamá. Le ha tocado asumirlo y ha respondido a eso. Ha acompañado a la mamá para que el vacío no sea tan absoluto. Jorge no la deja sola, no la desampara. Y si ha de dormir con ella, duerme con ella para que no sienta la soledad. Mira, cada vez que yo viajaba a dictar clases, Luis y Jorge dormían con su mamá. La ponían en la mitad de la cama, y ellos a cada lado. Y mamábamos gallo con eso. “Ah, es para que no se nos vaya a escapar”, decíamos. Era una cosa de protección. En mis siguientes viajes, después de fallecido Luis, Jorge, apurado, pensando en su mamá, decidió poner almohadas del otro lado. Para que al menos ella sintiera el bulto. Oneida sufre mucho. Recién falleció Luis, ella duró una semana completa llorando, las veinticuatro horas del día, inconsolable. Estoy seguro de que ella no va a dejar de sufrir el resto de su vida. Nunca se va a recuperar. Porque no fue que perdiera al hijo por una enfermedad, o un accidente, porque se cayó de una moto o lo atropelló un carro. Las circunstancias la afectan más todavía. Sobre todo si vinculan a personas a las que se les tenía confianza en la casa. 

¿Se refiere a Jessy Quintero?

A Jessy y a Gonzalo Gómez, que vive al frente nuestro… Aunque no sé si todavía viva ahí, no lo he vuelto a ver. Gonzalo estaba a punto de salir de la universidad por su desempeño académico y Luis se hizo el propósito de recuperarlo. Se lo echó al hombro y lo ayudó. Él tiene que reconocer eso.

¿Y Jessy?
Luis y ella se conocieron desde que empezaron la universidad. En su casa le tenían mucha consideración a Luis, según entiendo. Por eso nos sorprendió su reacción. A los pocos meses de la muerte de Luis, Oneida, en vista de que no lograba ubicar a Jessy, fue a la universidad a buscarla para ver qué le decía, qué podía explicarle de lo que había pasado. Mi esposa dice que cuando la encontró, esa muchacha se quería morir de la angustia. No daba ni para hablar, se trababa. Después no la volvió a ubicar. Todas esas cosas lo afectan a uno.

¿Qué piensa de Laura Moreno?
Mira lo que es el destino. Ellos se conocieron ese mismo mes, ese octubre. Estaban en la semana de receso en la universidad y tenían un paseo a Carmen de Apicalá. Tan de malas Luis, que a Oneida le dio apendicitis y yo estaba de viaje. A él le tocó quedarse a acompañarla. Y fíjate cómo era él: la abuela llegó, pero Luis siguió cuidando a su mamá. Hasta que ya hacia el fin de la semana le dijo que iba a pasar por lo menos un par de días con sus compañeros. Y en ese paseo conoció a Laura. Él ya tenía un reconocimiento en la universidad, por su desempeño. Era monitor. Ahí es cuando ella se le pega. De alguna manera tuvieron un romance. Pero solo un mes. 

¿No se siente agotado con toda esta situación?

Me siento impotente. Siento que no puedo hacer nada. La manera como nos trató la juez en estos cuatro años, tan tosca, tan burda, tan despectiva, casi sin permitirnos hablar... La Fiscalía solicitaba cosas y no se las concedía. En cambio con la defensa era distinto. Ella me sacó de la audiencia dos veces porque se lo dije. “Se me va de aquí”. Bueno, me voy, pero no me quedo callado. Ya no me podía aguantar más. Esto no ha sido equilibrado. La balanza ha estado inclinada desde el primer día. Y si la defensa tiene los recursos, pues que los agoten. No digo que no lo haga. Pero que los derechos sean para todos. Aquí no ha habido igualdad de armas, como dicen. 

¿Y no ha pensado en parar, quizás en dejar las cosas así?

No. Y no es una obsesión, no es una enfermedad. Es que se trata de mi hijo. Y ahí no voy a descansar. Descanso el día en que se haga justicia. Pero una justicia clara, que no haya dudas de la determinación de los responsables. Mientras tanto, hasta el último día de mi vida, seguiré. No voy a dejar esto impune por mi propia decisión.



Foto: 
Pablo Salgado / Revista BOCAS
Usted es católico. ¿Se ha enfrentado a su fe, a Dios, por todo esto que ha tenido que vivir?
Cuando terminé bachillerato, en 1978, convencido de mi fe, me fui para el Seminario Mayor. Quería ser sacerdote. En el seminario terminé filosofía y, cuando ya debía seguir la segunda parte, que es teología, me retiré. Porque además –durante los cinco años que estuve allá– mi familia no hizo más que criticarme esa decisión. Decían que yo debía estudiar una carrera en la universidad. Y fueron ellos, de hecho, los que me matricularon en Contaduría. Tal vez porque no había una tradición de sacerdocio en la familia. Pero no me arrepiento ni de haber estado ni de haberme salido. Y practico mi fe. Hago obras de misericordia. Voy todos los domingos a la misa de las seis de la mañana en el 20 de julio. Lo hago desde el día en que llegué a Bogotá a estudiar. Sin embargo, durante varios meses, no podía entender por qué Dios tenía que ser así conmigo. Yo le preguntaba si había visto lo que he hecho por tanta gente, de lo que me he desprendido, y entonces por qué tenía que quitarme lo que yo más quería, y de la manera como sucedió. Pero bueno, poco a poco, ese sentimiento ha cambiado. Me he concentrado en analizar la Biblia.

¿A qué se dedicaban sus papás en Villanueva?
Mi papá nació en Bucaramanga, mi mamá sí era de La Guajira. Él se fue buscando camino, como un judío errante, y llegó a Villanueva y allá conoció a mi mamá. Es pensionado de Telecom. Trabajó como telegrafista. Prácticamente él fue el que puso a La Guajira a comunicarse con el mundo. La primera casa donde hubo un teléfono en Villanueva fue en la nuestra. Mi papá hoy está avanzado de edad, en una etapa senil, ya ni sabe dónde está. Mi mamá murió cuando yo tenía nueve años. Ella era alérgica a los antibióticos, y eso en 1969 era difícil. Le dio una infección en el útero, o algo así, y se le complicó. No la pudo superar. Tenía 28 años cuando murió.

¿Cuántos hermanos son?
Somos cuatro de padre y madre. De esos cuatro, estamos vivos tres. Cuando quedamos huérfanos, mi papá decidió llevarnos a vivir a Maicao. Tal vez para tratar de dejar atrás la muerte de mi mamá. Y estando allá, un 31 de diciembre, entró una bala por el techo, de esos tiros al aire que hacen esa noche, y preciso le cayó a mi hermano menor en la cabeza. Ese día nos acostamos temprano y yo –el mayor, con nueve años– estaba debajo de él durmiendo en un colchón. Mi hermano estaba en una hamaca. Yo lo oí llorando. Creí que era por el pesar, el sentimiento de la muerte de mi mamá. Pero pasó más de media hora y nada que se calmaba del sollozo. Entonces yo, para consolarlo –él tenía cinco años– lo fui a tocar, a consentir, y sentí que estaba mojado. Pedí que prendieran la luz y lo vi sangrando. Agonizando, ya. La bala entró por el techo de zinc. Es el tema de las leyes de la física: con la misma velocidad que sube, baja. Y preciso.

Otra tragedia en su historia. ¿Hoy qué le daría tranquilidad a usted? ¿Qué alguien fuera culpado de la muerte de su hijo?
Pero no la culpa por la culpa. Sino que se demuestre que efectivamente hubo responsabilidad. Eso me ayudaría a empezar a sanarme, sí. El hecho de saber que ha habido justicia, así no tengamos la oportunidad de volver a encontrarnos con Luis, tiene que generar alivio. No hemos pedido otra cosa. Lo que se plantea en el derecho para las víctimas es que debe haber verdad, justicia y reparación. Nosotros aceptamos una sola reparación, una nada más: que nos devuelvan a Luis. 

Pero sabe que eso no es posible…
Entonces que me lo compensen con verdad y con justicia. ¿O tú crees que nosotros, al final de todo esto, vamos a aparecer –como ya están apareciendo los otros– demandando al Estado? Lo que hay en ellos es una ambición económica. No, yo no me voy a usufructuar del crimen de mi hijo. ¿Qué le digo a Luis el día en que me lo encuentre y me censure por eso? ¿Para dónde cojo? Si ya uno, cuando llegue allá, no se puede devolver. ¿Qué hago? Eso me pone a pensar. Y también a concentrar todo mi esfuerzo en reivindicar su nombre. Porque qué tal que el día en que me lo encuentre me diga, oye, ¿qué paso contigo?, ¿y tú qué te hiciste? Ajá, ¿y tú por qué no averiguaste nada de cuáles fueron las razones de mi muerte? ¿Yo qué le digo? ¿Para dónde cojo?

¿Y cree que ese encuentro se va a dar?
Sin la menor duda. Yo tengo mis convicciones, mi creencia.

¿Siguen conectados con Luis?
Yo sueño mucho con mi hijo. Y Oneida nunca ha dejado de comunicarse con él. Lo que pasa es que, desde la vez que ella comentó que Luis le había dicho que la verdad estaba en su cuerpo, decidimos bajarle un poco al tema. Porque iban a terminar amarrándola, pensando que estaba loca. Pero la verdad es que en la casa todos sentimos a Luis. En muchas manifestaciones: olores, movimientos, sonidos. Puertas que se abren... Y uno muchas veces hasta le dice: “ya, déjanos dormir hoy y mañana hablamos”, o lo que sea. Porque es así, en los sitios de él, en sus rincones.

¿Siente que él ha descansado en paz?
No. Porque Luis era una persona que se dolía de las injusticias. Y tiene que vivir mortificado. Lo que sí creo es que está haciendo esfuerzos por darnos fortaleza, por ayudarnos a encontrar los caminos que nos lleven a que haya justicia en su crimen. Eso sí. 

MARÍA PAULINA ORTIZ
FOTOS: PABLO SALGADO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 61 - MARZO 2017

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