El VIH que persigue a Gina



"Sueños de vida" es el nombre de su Fundación, la cual lucha contra una epidemia que cumple tres décadas.

Por: Jaime De La Hoz Simancas.

Gina Rodríguez dice que está infectada por el VIH desde hace seis años, al igual que su actual esposo y la hija de su primer matrimonio, Alma, de 5 años; además, afirma que la única vez que experimentó miedo al imaginar su muerte por sida ocurrió hace un año, en Barranquilla, luego de contemplar con sus ojos bellos, pero tristes, los últimos suspiros de un moribundo derrotado por el virus. El hombre, con la piel adherida a los huesos y 30 kilos de peso, se iba lentamente de este mundo tendido en una vieja camilla del Hospital General de la capital del Atlántico.
Gina vive en Maicao, un pueblo del centro de La Guajira que en sus tiempos de esplendor parecía un mercado persa. Allí llegó hace un lustro en condición de desplazada proveniente de Lorica, Córdoba, acompañada de su madre y de su pequeña hija, quien en ese entonces ya se había infectado mediante la alimentación con leche materna.
Cicerón Cantillo es el nombre de su esposo, un riohachero de 41 años que todas las mañanas viaja al municipio de Uribia para vender tabletas de chocolate y mercadería venezolana. Se instala en Cuatro Vías, y cuando la tarde se viene encima regresa a Maicao para estar con Gina y el hijo de ambos, Jeremie David, quien a sus 2 años está exento del virus, por un tratamiento aplicado a ambos previo al embarazo.
Cicerón y Gina se casaron en el salón principal de una IPS, después de haberse conocido y enamorado durante una de las etapas del tratamiento. Él no sabe en qué momento apareció el VIH en su vida ni ella tampoco. En un examen de rutina, Cicerón resultó positivo y desde entonces lucha contra la infección, junto con su esposa. Alma, la hija de ella, ignora aún que durante el resto de su vida convivirá con el virus. Su madre piensa todos los días en qué momento le revelará su silencioso padecimiento.
La discriminación
En La Guajira, Gina Rodríguez es la única persona que ha hecho visible el VIH que padece. Primero se preguntó la manera como podría ayudar a otras personas portadores del virus o que han desarrollado la enfermedad (sida). Entonces, creó una red nacional de mujeres que denominó “Sueños de vida” y de la que forman parte pacientes de Barranquilla, Sincelejo, Santa Marta, Riohacha y Maicao.
Pero el apoyo es poco. Asimismo, es intensa la lucha que se libra contra la discriminación, lo cual obliga al ocultamiento de la enfermedad y a una cierta actitud clandestina que impide saber con exactitud el tamaño del drama en La Guajira y en Colombia.
“Actualmente, por cada mujer notificada se registran tres hombres con VIH, mientras que hace 20 años, según informes del Observatorio Nacional de VIH, la relación era de 1 frente a 13 varones”, repite Gina.
Ella ha realizado rastreos acerca del virus. Incluso, avanza ahora en estudios de enfermería superior con el propósito de ponerlos al servicio de la batalla que libra. Investiga aquí y allá, dicta charlas. Y, por supuesto, enfrenta las humillaciones y los desprecios que se aparecen en su camino.
La única vez que su rostro se transfigura y la tenue sonrisa desaparece ocurre cuando cuenta que al contraer el virus, a los 19 años, decidió confesarlo a varias personas, incluido su jefe de entonces, el gerente de una agencia de viajes. El resultado fue el despido inmediato. Hacía varios meses le habían detectado el virus. Tenía 4 meses de embarazo; sin embargo, nunca le advirtieron acerca del posible contagio en la fase de amamantamiento.
También cuenta que, al hacer visible su situación en Maicao, Alma debió retirarse del jardín infantil, pues los padres de familia de la institución, todos a una, amenazaron con cancelar la matrícula a sus hijos si aquella niña con VIH no abandonaba las aulas escolares. Asimismo, las vecinas de enfrente tiraron varias veces las puertas en las narices de la niña al momento en que ésta intentaba jugar con sus amigas de barrio.
¿Lo inimaginable?
“En Maicao todos saben que mi familia padece VIH. Pero todo lo que he sufrido, incluido lo que viví hace poco, me ha dado más fuerza y valor para continuar en la lucha. El esfuerzo es mayor de lo que cualquiera puede imaginar”, dice.
Además de afirmar lo que, según ella nadie imagina, pareciera recitar frases y párrafos que han sido memorizados luego de sus pesquisas en informes; de permanentes contactos con cifras, estadísticas y aprendizajes en distintos seminarios. Parte de ese conocimiento lo traslada a los 39 visitantes clandestinos que forman parte de su fundación, infectados todos, y quienes, gradualmente, van conociendo la realidad de una epidemia universal.
“Existe un organismo que se llama Ungass, que significa Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Según esa entidad, los datos en nuestro país en 2010 indican que cada día aparecieron 18 casos nuevos de infectados por VIH o sida, mientras que 10 años atrás los casos reportados fueron 11 por día. Sin embargo, hay que esperar las cifras de 2011”, expresa.
De igual manera, Gina afirma —parafraseando un informe escrito de Ungass— que en Colombia existen alrededor de 200 mil infectados, pero que son innumerables los casos de hombres y mujeres con VIH que no se reportan, pues prefieren sobreponer el secreto a lo que creen que constituye una temible revelación. O que simplemente ignoran el diagnóstico.
“Creo que esto aumenta cada día porque la estigmatización, el desplazamiento, la violencia y la pobreza también ‘ayudan’. En Colombia fallecen 2.500 personas cada año, aproximadamente, por causas relacionadas con el VIH/sida, de acuerdo con los datos entregados por el Ministerio de la Protección Social. En el caso de La Guajira, las campañas del Gobierno departamental no han sido suficientes, porque acá la pobreza facilita la transmisión”.

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